Nos parece que la misión del Museo de Arqueología y Lojanidad: Memorias 2016-2018 en la sociedad actual, aquí y ahora, estriba en plantear cómo desde un pequeño museo universitario se puede conectar con la comunidad, tanto a nivel local, regional e internacional, desde ámbitos que parecen dispares: desde el Arte a la Arqueología, pasando por la Cultura -entendida ésta en un sentido amplio, pues bien sabemos que hay más de un centenar de definiciones acerca de ésta-. Todo lo cual, en el fondo, bien podría ser parte de lo mismo. O mejor dicho, son parte de lo que tenemos en común, το κοινόν, y nos es “público” en ese sentido de comunidad. Entremos hoy, pues, por ese dintel de la cultura, si bien encaminando nuestros pasos desde (y hacia) el Arte y la Arqueología.

El aporte de este libro a la comunidad se nos antoja como crucial, pues es un libro que tiene la osadía de ser el primero en acercarnos-en nuestro contexto regional-, desde la Universidad hacia la comunidad mediante este

pequeño museo. Así pues, hay que celebrar la decisión de la Dirección del Museo de Arqueología y Lojanidad de aventurarse a editar su primer libro de memorias–y agradecer desde aquí a todas aquellas personas y diferentes estancias de la institución que lo han hecho posible-, pues en él queda recogida toda la maravillosa, relevante e intensa actividad llevada a cabo entre 2016-2018. La labor de recordar, qué duda cabe, no sólo es parte de la condición humana, sino que, al tiempo, es un tributo a la vida. A las manifestaciones de la vida humana, pero también de la Vida con mayúsculas. A través de ellas, pues, siempre podemos ver luz. Y, cuando encontramos luz, la vida siempre se transforma. Este pequeño museo transforma nuestras vidas.

Para comentar los puntos concretos –quizá los aspectos más destacados-de este libro, parece ser recomendable que nos acerquemos a las dos fuentes de comunicación principales que se usan en este recuerdo: la imagen y la palabra. Para la imagen, y siempre mediante la fotografía, se recoge la fenomenología del espacio, es decir, del museo como espacio de la vida. Y se hace de tal modo, y con tal elegancia (en falsa etimología, quizá, pero bella: e-legir implicaría tener y saber usar el logos), que se muestra la experiencia y emociones de cada evento celebrado en el museo, así como también los hechos cotidianos de la vida y actividad académica que se realiza en su interior, quedando todo elllo captado por las instantáneas de una cámara tan anónima como inflexible en su juicio a través del objetivo. A ellas (a la persona y, con perdón, a la cámara), infinitas gracias. En lo relativo al texto, quizá podría quedar éste desbancado por la idea contemporánea (¿o “clásica” ?; según algunas fuentes McLuhan rescató un dicho asiático): “una imagen vale más que mil palabras”. Y sin embargo, no sucede así. Casi, y emulando a la cábala, podemos afirmar que a través de las palabras y letras vertidas en este libro conseguimos ver la luz: esa idea veterotestamentaria del judaísmo mediante la cual la letra es instrumento para absorber la luz y transformar la vida. Vamos…. que casi casi, ¡como si contemplásemos en pantalla multicolor la idea de Uno-Bien platónica! ¡Ea!

Quizá la verdad del antiguo dicho dependerá de qué palabras se digan (y a qué imagen/es se atribuya/n), y para ello es de crucial importancia reparar en la jugosidad de los textos que acompañan a cada capítulo del libro y que nos sirven de brújula en el mágico mundo del Arte y la Arqueología -y esa parte de la cultura, por ende, que refleja.

- Héctor Arévalo